¡HONRARÁS PADRE Y MADRE!

Este mandamiento, enviado por Dios a los hombres, fue causa de indecibles angustias, y muchos jóvenes y también adultos, tuvieron que luchar desesperadamente para no transgredir precisamente este mandamiento de la forma más grave.

¡Cómo puede un hijo honrar a su padre, si éste se ha degradado a sí mismo hasta emborracharse, o a una madre que por su mal humor, su mal carácter, su descontrol de sí misma y otros defectos, amarga la vida del padre y de los suyos y no les permite gozar de tranquilidad en el hogar!

¿Puede un niño honrar a sus padres si oye que se insultan mutuamente, que se engañan el uno al otro y que tienen disputas hasta llegar a las manos? Muchas veces el comportamiento de los padres ha hecho de este mandamiento un suplicio para los hijos, imposibilitando a éstos su cumplimiento.

¿No sería hipocresía de parte de un hijo pretender decir que honra a una madre que trata a extraños con más complacencia que a su propio esposo, el padre del niño? Cuando observe en ella una tendencia a lo superficial, cuando vea cómo se rebaja, por su vanidad ridícula, a esclava dócil de todas las extravagancias de la moda, lo que muchas veces es incompatible con la seriedad y alteza de la maternidad, despojándola por completo de su belleza y dignidad … ¿cómo puede el hijo honrar espontáneamente a la madre? ¡Qué gran significado tiene la palabra madre, mas cuánto exige también!

Un niño todavía no contaminado por el mundo tiene que sentir inconscientemente que un individuo serio y maduro no puede exhibir su cuerpo solamente porque así lo pide la moda del día. ¡Cómo puede, en este caso, la madre seguir siendo sagrada para el hijo! La veneración se transforma impulsivamente en una forma vacía de deberes dictados por la costumbre o, según la educación, en cortesía social y, por consiguiente, en hipocresía, a la cual le falta todo impulso del alma. Falta, entonces, precisamente aquel impulso que encierra en sí el calor de la vida y que es imprescindible para un hijo, porque le confiere protección, cual escudo, contra todo tipo de adversidades que pueden aparecer durante la época de crecimiento y cuando sale hacia la vida, sirviéndole de baluarte hasta su vejez en los momentos de duda.

Las palabras “madre” y “padre” siempre tendrían que evocar un sentimiento íntimo de calor intenso en el alma, suscitando una imagen pura, digna, que advierte, estimula y sirve de guía, como una estrella, a través de toda la existencia terrenal.

¡Cuán gran tesoro pierde un hijo que no puede venerar de todo corazón a su padre o a su madre!

La causa de estas angustias del alma reside, como siempre, en la falsa concepción que han tenido los hombres de este mandamiento. Las opiniones hasta ahora eran falsas, porque limitaban el sentido y eran unilaterales, cuando ninguna enseñanza que viene de Dios puede ser unilateral.

Y aún más falsa era la deformación de este mandamiento, corregido según las concepciones humanas, para hacerlo, según se dice, más comprensible: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Con este añadido, el mandamiento se hizo personal y dio origen a errores, porque en su forma original reza escuetamente: “¡Honrarás padre y madre!”.

No se refiere, por consiguiente, a determinadas personas, de las cuales no se puede, de antemano, determinar o prever el carácter. En las Leyes divinas no hay sitio para cosas tan absurdas. ¡Dios no exige, de ningún modo, honrar lo que no merece claramente ser honrado!

Al contrario, este mandamiento comprende, en lugar del individuo, la noción de la paternidad y la maternidad. No se dirige a los hijos, sino primeramente a los padres, a ellos les manda honrar el concepto adquirido de la paternidad y la maternidad. El mandamiento impone a los padres el deber absoluto de recordar siempre su alta misión y de no perder de vista la responsabilidad que tienen.

En el más allá y en el reino de la Luz, la vida no se manifiesta con palabras, sino a través de conceptos.

Por esta razón resulta que, en la expresión mediante palabras, los conceptos se ven fácilmente limitados, como se pone de manifiesto en este caso. Desgraciados los que no observaron este mandamiento y no se esforzaron en conocer el sentido exacto de sus palabras. No es excusa el que hasta ahora haya sido explicado e interpretado tantas veces sólo incorrectamente.

Las consecuencias de la desobediencia del mandamiento ya se hacen sentir en la procreación y la encarnación de las almas. Si los hombres hubieran comprendido y cumplido este mandamiento esencial, la Tierra tendría ahora otro aspecto. Almas muy diferentes hubieran podido encarnar, almas que no habrían permitido una degradación de las costumbres y de la moralidad en el grado en que existe actualmente.

Mirad los asesinatos, los bailes desenfrenados, las orgías, en las cuales se consumen hoy las pasiones humanas. Es la coronación del triunfo de las inmundas corrientes de las tinieblas. Mirad con qué indiferencia y falta de comprensión se admite la decadencia, cómo se la acepta y fomenta como algo natural que siempre ha existido.

Dónde está el hombre que se esfuerza por conocer con exactitud la Voluntad de Dios, el hombre que, impulsándose hacia arriba, trata de comprender Su eterna Grandeza en lugar de comprimir continuamente esa Voluntad Divina en los límites miserables de su cerebro terrenal, del cual hizo un templo del intelecto. Así, por su propia voluntad, se obliga a dirigir sus ojos hacia el suelo como un esclavo encadenado, en lugar de dirigirlos hacia arriba con una mirada jubilosa para encontrar los rayos del conocimiento.

¿No véis vosotros lo pobre que es cada una de vuestras concepciones de todo lo que proviene de la Luz, ya se trate de mandamientos, de promesas, del Mensaje de Cristo o hasta de la Creación entera? No queréis ver ni reconocer, ni tratáis en ningún momento, bajo esta luz, de comprender nada verdaderamente. No lo aceptáis tal cual es, sino que os esforzáis convulsivamente en transformarlo todo en las bajas concepciones a las cuales os entregasteis hace milenios.

¡Liberaos ya de una vez de estas tradiciones! Para ello disponéis de fuerza suficiente. En cada momento y sin que tengáis que sacrificaros. ¡Pero con un impulso, un acto de voluntad, debéis liberaros! Sin simpatizar con compromisos. No tratéis de buscar salidas intermedias, porque nunca os liberaréis del pasado, antes bien éste tirará de vosotros continuamente hacia atrás. Pero se os hará fácil si rompéis de una vez con las viejas costumbres, y así, sin cargas anteriores, os aproximáis a lo nuevo. Sólo entonces se os abrirá la puerta que, en caso contrario, quedará firmemente cerrada.

Y para esto se precisa sólo un verdadero acto de voluntad. Se trata de un solo momento. Es como el despertar tras el sueño. Si uno no se levanta enseguida, volverá a dormirse, desfalleciendo en él la alegría en la nueva labor de la jornada, cuando no, perdiendo aquélla por entero.

¡Honrarás padre y madre! Que de aquí en adelante, este mandamiento sea sagrado para vosotros. ¡Honrad la noción de la paternidad y de la maternidad! ¿Quién conoce hoy en día la inmensa dignidad que se encierra en ellas y el poder que tienen para ennoblecer a la humanidad? Los individuos que en esta Tierra desean contraer matrimonio, deberían darse perfecta cuenta de ello, entonces cada unión conyugal sería una unión verdadera, con sus raíces en el reino espiritual. Y todos los padres, al igual que todas las madres, serían dignos de ser honrados según las Leyes divinas.

Para los hijos, sin embargo, este mandamiento será santificado por sus padres. No podrán hacer otra cosa más que honrar al padre y a la madre con toda su alma, cualquiera que sea el carácter de los hijos, porque se sentirán obligados a ello por las cualidades de sus padres.

Desgraciados entonces los hijos que no cumplan íntegramente este mandamiento. Contraerán un karma pesado, ampliamente merecido.

Sin embargo, su observancia se convertirá pronto, por acción recíproca, en algo natural, en alegría, en necesidad. Por tanto, tened presente y observad los Mandamientos de Dios con más seriedad que hasta ahora. ¡Cumplidlos para encontrar la felicidad!