Castidad

Los seres humanos han restringido increíblemente el concepto de la castidad hasta tal punto que ya no queda absolutamente nada de su verdadero significado. Encaminado incluso por sendas erróneas, su deformación ha traído, como natural consecuencia, una opresión inútil sobre muchas personas y aun, muy frecuentemente, indecible sufrimiento.

Preguntad donde queráis qué es castidad y en todas partes obtendréis como respuesta el concepto de la virginidad corporal aclarado de uno u otro modo; en todo caso, en tal concepto culmina la idea que de ella tiene la humanidad.

Esto manifiesta, ya de por sí, plenamente la estrecha mentalidad de los seres humanos que se subyugan al intelecto, siendo éste el que ha fijado los limites de todo lo terreno, ya que sus facultades nacidas de lo terrenal no le permiten alcanzar un nivel superior.

Cuán más fácil no sería, entonces, para el hombre, pasar por casto y crearse una reputación como tal pavoneándose en su vana fatuidad. Pero con semejante actitud no conseguirá dar un solo paso ascendente por el camino que conduce a los Jardines luminosos, al Paraíso, que es la meta bienaventurada del espíritu humano.

De nada le sirve al hombre conservar virgen su cuerpo físico si mancilla su espíritu, pues así no logrará jamás franquear los umbrales que de forma escalonada conducen hacia las alturas.

La castidad es muy distinta de lo que los hombres se imaginan, más global, mayor, y no implica oposición a la naturaleza; pues esto sería contravenir las leyes que vibran en la Creación de Dios, lo cual no puede quedar sin repercusiones perjudiciales.

La castidad es el concepto terrenal de la Pureza, que es divina. Es para todo espíritu humano la aspiración de concretar en la materialidad densa el presentido reflejo de algo que, en lo divino, es evidente. La Pureza es divina. La castidad es su imitación por el espíritu humano, esto es, una imagen espiritual que puede y debe hacerse visible en la actividad terrenal.

A todo espíritu humano ya maduro debería bastarle esto como ley fundamental para ejercer la castidad. Mas aquí en la Tierra, impulsado por no pocos deseos egoístas y con el único fin de satisfacerlos, el hombre se inclina a engañarse a sí mismo imaginándose poseer ciertas cosas que en realidad no existen absolutamente en su interior.

¡El egoísmo toma el mando y paraliza su volición verdaderamente pura! El hombre jamás se lo confesará a sí mismo, al contrario, seguirá dejándose engañar tranquilamente. Y al no saber como justificarse, califica de inevitable sumisión al destino lo que con frecuencia es, a todas luces, un afán de satisfacer los más reprensibles deseos egoístas.

He aquí por qué necesita otras indicaciones que, como línea de conducta y base de apoyo, le permitan reconocer y experimentar vivamente lo que es en realidad la castidad tal y como reside en la Voluntad divina, que no quiere que en la Tierra nada se separe de la naturaleza.

¡En lo Divino, la Pureza se halla íntimamente ligada al Amor! Por eso aquí, en la Tierra, el hombre no debe intentar separar estos dos conceptos, si es que han de traerle bendiciones.

Mas resulta que también el amor en la Tierra no es otra cosa que una maléfica caricatura de lo que es en realidad. Por eso no puede unirse, sin una modificación previa, al verdadero concepto de la Pureza.

A todos los que aspiran a adquirir castidad dirijo la siguiente sugerencia, que proporciona la base de apoyo que el hombre necesita en la Tierra para vivir conforme a la ley de la Creación y, por lo tanto, para ser grato a Dios:

“Aquél que en todos sus actos tenga siempre en cuenta no causar daño y no emprender nada que más tarde pueda afligir al prójimo que confía en él, obrará siempre de tal suerte que su espíritu permanecerá libre de toda carga, mereciendo entonces realmente el calificativo de casto”.

Estas simples palabras, bien comprendidas, pueden guiar al hombre a través de toda la Creación salvaguardándolo y conduciéndolo hacia las alturas de los Jardines luminosos, que son su verdadera patria. Estas palabras son la llave para actuar de manera justa en la Tierra; pues en ellas reside la verdadera castidad.

Jesús, el Hijo de Dios, ha expresado exactamente lo mismo con otras palabras:

“¡Ama a tu prójimo como a ti mismo!”.

Mas guardaos muy bien de caer en los antiguos errores humanos, acomodando a vuestro gusto el sentido de las palabras y deformándolas parcialmente para que sirvan a vuestros intereses egoístas, os tranquilicen cuando obréis falsamente y os ayuden a adormecer a vuestros semejantes en su indolencia o incluso a engañarlos.

Interpretad estas palabras como realmente deben ser interpretadas y no del modo que os parezca más cómodo y más conveniente para vuestros fines personales. Entonces se transformarán en espada afiladísima puesta en vuestra mano, con la cual podréis vencer las tinieblas, si tal es vuestra voluntad. Dejad que estas palabras cobren vida en vosotros de manera justa a fin de abarcar la vida en la Tierra como vencedores colmados de júbilo y agradecimiento.