Cuando atacas a tu prójimo, le golpeas hasta herirlo y quizá aún le robas, sabes que le has causado daño y que serás castigado según las leyes terrenales.
No piensas en tales momentos que, al mismo tiempo te estás enmarañando en los hilos de un efecto recíproco que no está sometido a ningún proceso arbitrario, sino que, con toda justicia, influye hasta en los movimientos más secretos de tu alma, de los cuales no te preocupas y tu intuición ni siquiera conoce.
Y este efecto recíproco no tiene ninguna relación con el castigo terrenal, sino que trabaja por sí mismo, independientemente, pero de forma tan inevitable para el espíritu humano, que éste ya no encontrará ningún lugar en todo el universo en el que se pueda proteger y esconder.
Cuando se habla de un ataque o una violación, vosotros sentís indignación, y cuando son personas relacionadas con vosotros las que sufren por tal concepto, os asustáis y quedáis horrorizados. Sin embargo, poco os importa que, en vuestra presencia, alguien hable mal de otra persona ausente, bien sea con palabras malévolas o solamente con gestos que hacen suponer más de lo que se puede expresar con palabras.
Pero tened cuidado: Es mucho más fácil reparar el mal de un ataque corporal que el de un ataque al alma, la cual padece por pérdida de la buena reputación.
Por lo tanto, apartaos de todos los difamadores que roban a su prójimo la buena reputación y que se asemejan a asesinos del cuerpo material.
Su culpa es la misma, si no aún peor. La poca piedad que tienen estos hombres para con las atormentadas almas de sus víctimas la hallarán reflejada en la poca ayuda que encontrarán en el más allá cuando la supliquen. Les mueve en su interior el funesto deseo de desacreditar a los demás, y lo hacen con frialdad y falta de misericordia, aun con personas desconocidas. Por eso, la misma frialdad y la misma falta de misericordia la encontrarán centuplicada en el lugar que les espera después de haberse separado de su cuerpo terrenal.
En el más allá serán proscritos, y se verán despreciados aún más que los ladrones y estafadores, pues todos tienen rasgos comunes, maliciosos y despreciables, desde las comadres charlatanas hasta las criaturas degeneradas que se ofrecen a levantar falsos testimonios, bajo juramento, contra terceros, a quienes en realidad deberían demostrar gratitud.
A estos hombres hay que tratarlos como a serpientes venenosas, pues no se merecen otra cosa.
Como a la humanidad entera le falta la alta y común aspiración de llegar al Reino de Dios, por eso no tienen nada que decirse dos o tres personas cuando se reúnen, y de ahí que sigan la mala costumbre de hablar de los demás, vicio este tan arraigado, que no se dan cuenta de su bajeza,
por haber perdido la noción de apreciación a fuerza de repetirlo tantas veces.
En el más allá seguirán sentados juntos, entregados a su tema predilecto, hasta que el plazo para la última posibilidad de ascensión, que quizá les hubiera podido traer la salvación, haya pasado, arrastrándolos a la descomposición eterna, donde todas las especies de la materia física o etérea son sometidas a la purificación de todo veneno guardado por los espíritus humanos que no merecen conservar un nombre en el futuro.